En marzo del año pasado me propuse hacer una lista de música por cada uno de los arcanos mayores del tarot. Lo hice para acercarme a las cartas a través de la música que me ha acompañado durante toda la vida; para tratar de traducir(me) lo que cada una de ellas significa, utilizando el lenguaje que mejor conozco y que mejor me conoce.
No recuerdo exactamente de dónde vino la idea. Sé que estaba en una etapa de estudio del tarot: tomaba clases de interpretación, hacía ejercicios diarios, buscaba barajas distintas con las cuales comunicarme mejor. Y creo que esto último fue lo decisivo: más que aprender el tarot como un sistema, me interesaba conocerlo como un lenguaje habitable: dialogar con sus símbolos, con sus interpretaciones, con sus momentos, con sus dudas y deudas y rincones, vacíos o hacinados. Quería que el tarot dejara de ser El Tarot y se volviera un espacio dentro del cual yo pudiera encontrar cosas que, de otra forma, me son invisibles. De alguna manera intuí que eso no iba a pasar si me clavaba más en los significados ocultos establecidos por la Golden Dawn, o en las intenciones de la triada Raider-Waite-Smith, o en las decenas de leyendas alrededor de la hechura, los personajes, la tradición. Para llegar al tarot que yo quería, necesitaba hacerlo a través de mi propio mundo espiritual, que para quitarnos de una vez de toda mamonería, tiene mucho más que ver con las tardes de adolescente que anhela el cliché (oyendo, nostálgico, cierto disco de Coldplay) que con la meditación trascendental o El Llamado.
La primera lista que hice fue “XVIII: La luna”, y la primera canción que incluí fue de Selena: “No me queda más”. Hasta ahora conecto la relación entre el nombre de la Reina del TexMex y el arcano XVIII: La luna; hasta ahora conecto que estaba en un momento de introspección: revisando mi calendario personal, sé que transitaba una etapa de incertidumbre y de futureos, viendo hacia dentro esperando que afuera ocurrieran cosas: aullando.
No me puse muchas más reglas que agregar en cada lista música que para mí tuviera sentido. Nada más: sin demasiadas explicaciones, sin argumentaciones intelectuales o justificaciones. Hay canciones que están ahí porque me llevan al mismo lugar (emocional; ¿espiritual?) que la carta; hay otras cuyo nombre me remite a algo de lo que para mí esconde la carta; hay otras que le sirven a un flujo dentro de la propia lista, que funcionan como una suerte de métrica; otras muchas tienen elementos específicos que para mí evocan a la carta (los tintineos del estribillo de “Nothing’s gonna stop us now”, de Starlight, en algo se comunican con las estrellas de ocho puntas del arcano XVII: La estrella). Como muchas canciones están en un idioma que no entiendo (sea el francés o el del son cubano), las letras no siempre fueron factores decisivos, mucho menos los géneros o las épocas.
Supongo que en eso las listas se parecen al propio ejercicio de lectura de tarot: hay veces en las que, más allá de significados profundos, de simbolismos complejos, de colores y posturas y nubes y tradiciones, lo que hay es una impresión, un chispazo, una intuición.
Estas son listas que provienen más de ese lugar, que es un lugar que a mí me cuesta mucho trabajo explorar: el soltar. El no preocuparme porque “DÁKITI”, de Bad Bunny, y “Amar y querer”, de José José, puedan (o deban) ir juntas, el no preocuparme por definir con toda certeza lo que esas canciones pueden aportarle a la interpretación del arcano XI: La justicia. Simplemente, en el flujo de la búsqueda y los encuentros, esas dos canciones, igual que otras, me parecieron al momento de escucharlas actos de justicia, que acaso amplían o profundizan lo que el arcano XI puede decirle a alguien.
Por lo mismo, tardé casi un año en completar las 22 listas. En esto no quise apurarme, ni tampoco ir en ningún orden preestablecido. Fui haciéndolas conforme se me iba presentando la necesidad de explorar un arcano u otro; en ese sentido, el orden en que las fui completando podría leerse como una suerte de bitácora emocional de estos diez meses. No lo sé: de nuevo, no fue intencional.
Lo que no debería sorprenderme es que, a pesar de tratarse de 22 arcanos que en principio exploran aspectos muy distintos de la psique humana, todas las listas terminaron pareciéndose. Claro: las 22 listas las hice yo, en este momento de mi historia, que ha sido un momento arduo y lleno de altibajos y emociones, pero que al final ha sido el mismo momento, como lo son todos: contradictorio y feliz y lleno de epifanías y también de temores y de muchas otras cosas que no me es dado escribir con este lenguaje tan limitado que es a veces la palabra. Habrá quien escuche las 22 listas (¿habrá quien escuche las 22 listas?) y piense que nada de esto tuvo sentido, que en realidad se trata de una enorme lista partida en 22; habrá quien considere que hay demasiado Cerati (lo hay) o que poner a Luis Miguel en la lista del arcano XIX: El sol es un chiste de pésimo gusto. Tienen razón. Y no la tienen: hacer una lista de música es, después de todo, como echar una lectura de cartas: depende de quien la hace, de quien la escucha, del momento en el que ocurre todo y de la pregunta que se hace al principio.
¿Qué le preguntamos a la música cuando la utilizamos como oráculo (o sea: siempre)?
Hubo listas dificilísimas y otras que prácticamente se hicieron solas. De eso me llevo aprendizajes que sería aburrido detallar aquí: ¿de que le serviría a quien lee saber que la del arcano IV: El emperador me generó una suerte de miedo, o que fui postergando la del arcano V: El sumo sacerdote hasta casi el final? ¿De qué serviría explicar que la del arcano I: El mago fue la última a propósito, y que la hice y deshice varias veces? ¿De qué serviría saber que, al final, mi favorito fue el arcano II: La suma sacerdotisa o el XIV: La templanza o el XXI: El mundo o el XVII: La estrella?
Lo único que realmente puedo compartir no es del todo un aprendizaje, sino una obviedad, algo que ya todo el mundo sabe: al final de todo, después de lo que aprendemos o creemos aprender, detrás de los andamios intelectuales o esotéricos, más allá de los velos emocionales, después de las inseguridades y las curiosidades y las intenciones, siempre hay una cumbia. Siempre hay una cumbia que lo entendió todo antes que nosotros.
Si yo fuera empath o me dedicara al coaching, dejaría aquí una moraleja, un mensaje final: si amas algo, hazle una playlist. Y cuando decidas amarte de otro modo, hazte una playlist que sirva como oráculo.
Pero no.
Mejor dejo aquí las 22 listas, en el orden en que aparecen en la baraja de Raider-Waite-Smith, para que las escuche quien las quiera escuchar, cuando quiera, del modo que sea: como un oráculo que le acompañe a ver el mundo de una forma nueva.
0: El loco
I: El mago
II: La suma sacerdotisa
III: La emperatriz
IV: El emperador
V: El sumo sacerdote
VI: Los enamorados
VII: El carro
VIII: La fuerza
IX: El ermitaño
X: La rueda de la fortuna
XI: La justicia
XII: El colgado
XIII
XIV: La templanza
XV: El diablo
XVI: La torre
XVII: La estrella
XVIII: La luna
XIX: El sol
XX: El juicio
XXI: El mundo