hola, poesía

Ruy Feben
4 min readDec 8, 2023

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Entre octubre y diciembre tomé un taller de poesía con Daniel Lipara. Fue una cosa muy linda: Daniel nos llevó por las formas sonoras de la poesía, lo cual implicó un viaje al (temidísimo) soneto, hablar de endecasílabos y yambos (y pentámetros anapésticos, claro que sí, “gran tema de conversación para cualquier fiesta”, como dice Daniel) y, sobre todo, tratar de entender lo sonoro de la poesía como otra forma de acceder al lenguaje. El taller tuvo momentos hermosos (como el final de la clase en la que hablamos de la Odisea: “La poesía puede convertir a nuestros zombis en personas, al menos por el tiempo que dure ese vapor caliente en su interior. Puede hacer que respire lo que ya no está”), que efectivamente nos hicieron ver (escuchar) el lenguaje desde otro lado. Aunque el taller de Daniel no fue la grieta que me abrió a la poesía (eso se lo debo a Lila Zemborain y a Mariela Dreyfus), sí puedo decir que fue la luz que acabó de romper el muro.

Normalmente comparto mis textos a la menor provocación; no así con mis poemas. Solo una vez he compartido algo de mi trabajo poético (qué mamón leerse a uno mismo escribiendo “mi trabajo poético”; pero acaso eso, escribirlo, es parte de reconocer que hacer “trabajo poético” no tiene por qué ser una cosa mamadora: el lenguaje, el vapor caliente, debería pertenecernos a todxs). Hoy, para hacer honor a este taller tan lindo y tan revelador, me atrevo a subir algunos de los ejercicios que hice por allá. Todos son eso, ejercicios, los intentos (¿hay algo en el sonido del habla que no sea un poco un experimento?) en los que me siento más hallado, en los que creo me escucho mejor (quiero decir: donde me reflejo mejor). Ya veremos: ya escucharemos.

4. Apterios: Zonas desprovistas de plumas

a dónde vuelan al horizontar
las aves que acurrucan la distancia:::

de cuál esquina plumará la bóveda:
el paladar donde alan tantas cosas
pendientes por decirse al aire, ¿dije
–por ejemplo– esa vez que amareció-
-me la mirada al hacer inventario
de todos los vuelos que haremos
migrando en contrastes, llevando
la contra al airazo que esquina
el áspero ecuador de cada quién?

a dónde vuelan al horizontar
las aves que acurrucan la distancia:::

a hacer la noche donde alcance el nido
a proteger al pico del que fuimos:
la presa al embuchar el día;
a soportar lo lejos que se ve
la parvada que turbia el paladar

a dónde vuelan al horizontar
las aves que acurrucan la distancia:::

ras del recuerdo que no quiere ser
que crispa y crepita y que cruje:
al lento desplumaje:
al tenue piar
.

Ira
(traducción de
este poema)

Se puede cercenar del némesis la lengua
por omisión o simple y llano análisis.
¿O no es verdad que cada ofensa encaja
con otra, como huesos esquirlados

que rasgan la carne hasta hincharla
mortal? Arrinconándose en
la rauda noche de la sangre,
los viejos dioses nuestros hechos sexo,

destreza, de nitrato, de titanio,
arrojan nocturnos relámpagos y
centellas. ¿Estaremos hoy aquí
por si ellos interrogan

las diminutas muertes todas
y todos los colapsos? Ya sabemos:
si somos somos púas
que fluyen los retoños a la luz.

6. Cladograma: Diagrama en forma de árbol ramificado que constituye una hipótesis de parentesco y de evolución de las especies (el último)

me asusta el peso de los estorninos:
su manso eco al fluir de la sangre,
la latitud quirúrgica al volar.
me aterra esa inquietud así, papá,
como me aterra la arena en la carne,
la sobriedad con la que te alucino

diciendo un manso te-quiero: alucino,
con la inquietud del cielo entre estorninos,
la sobriedad de esto que llamo carne:
arena desprendida de tu sangre,
que es latitud: laberinto. papá:
tu peso me hace abismos al volar,

al querer ser árbol, inquietud: volar
como arena de un mí mismo que alucino,
que peso al verte al espejo, papá:
latitud tundiendo a mis estorninos,
me exiges la sobriedad de una sangre:
manso zureo: “carne de mi carne”.

mi carne, latitud hacia tu carne,
impone sobriedad de cielo al volar
con inquietud nubarrones de sangre.
un peso más al vuelo que alucino:
ser otro manso punto entre estorninos,
un solo grano en tu arena, papá.

no hay sobriedad en el mundo, papá,
que cargue todo el peso de tu carne:
del ser apenas arena, estorninos
que remontando con manso volar
un huracán de inquietud alucino.
mi última latitud es la tu sangre,

la arena que se emana de tu sangre,
la latitud de tu tundra, papá,
este manso remanso que alucino
con la sobriedad que puede mi carne.
me hundo con todo tu peso al volar.
me aterra la inquietud: los estorninos:

son nuestras sangres esos estorninos
los que alucino que pueden volar
los que alucino volando
entre tu carne y la mía, papá.

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Ruy Feben

Escribo, pero quiero ser panadero. Mis libros: "Malebolge", "minotauro" y "Vórtices viles".